Por Cyntia Maciel Canales
El anuncio de la entrega de un “maletín literario” nos lleva otra vez al debate sobre la Cultura. Al respecto buena parte de la prensa lo ha explicado –impropiamente, ya veremos- como la entrega, acaso de un puñado de libros, a cuatrocientas mil familias de escasos recursos, con el objetivo de incrementar el interés por la lectura de padres e hijos. En efecto, mientras unos celebran la originalidad de la propuesta y otros indagan con curiosidad acerca de sus fundamentos, un tercer sector –encabezado por parlamentarios de la Alianza- sostiene que se trata de una pérdida absoluta de tiempo y recursos, esgrimiendo para ello una serie de sorprendentes argumentos. De todos, el más llamativo es el sostenido por el diputado José Antonio Kast. Las familias de escasos recursos, anunció, ni bien recibidos los libros los venderán para satisfacer otras necesidades. El Mercurio, por su parte agrega, que la medida arriesga un dirigismo cultural, que los procesos de licitación carecen de transparencia, y que personas sin competencias ni hábitos de lectura, jamás llegarán a interesarse por esta sólo por la presencia de libros en su hogar[i]. Añadiendo, por supuesto, que debe haber “mejores formas” de incentivarla[ii].
Pues bien, semejantes apreciaciones pueden ser refutadas desde diversos puntos de vista: (a) el contexto y verdadero alcance de la medida “maletín literario”; (b) la generación de bibliotecas familiares como política pública cultural; (c) las relaciones entre el acceso físico a los libros y el interés por la lectura; y (d) la entrega de libros como distribución de bienes simbólicos.
a) El contexto y verdadero alcance de la medida “maletín literario”.
Debido a su propia denominación la prensa y parte de la ciudadanía ha quedado con la impresión de que dicha iniciativa consiste en la mera entrega de libros a familias. Aquello, sin embargo no es así. El verdadero nombre del programa es el de “Bibliotecas Familiares”[iii], y se inserta en un contexto mucho más amplio denominado Plan Nacional de Fomento a la Lectura, el cual a su vez obedece a los objetivos de la Política Nacional del Libro y la Lectura, presentada por el gobierno en agosto de 2006[iv]. De suerte que la entrega de libros a las familias, de forma progresiva y monitoreada entre 2008 y 2010, se efectúa en un contexto mucho más variado, el cual contempla el mejoramiento de las bibliotecas públicas y escolares[v]; el incentivo a la creación y edición; el impulso de talleres literarios; subsidios a estudiantes para la compra de textos científicos y técnicos; las correspondientes modificaciones legales a la institucionalidad relacionada con el fomento de la lectura; el análisis del IVA al libro: y una larga lista de medidas[vi] [vii].
En otras palabras, el interés por la lectura se alza como un objetivo estratégico desde múltiples frentes. Si pensamos en los niños –sus principales destinatarios - ellos no sólo dispondrán de libros en su hogar (ahí donde jamás había habido), sino que además verán mejorar su entorno escolar y urbano de lectura. En suma, proliferan los estímulos para leer.
No es cierto, por tanto, que el incentivo a la lectura sea promovido sólo a través del maletín. Quienes echan de menos la implementación de “otras medidas realmente efectivas”, no están, o no quieren estar al tanto, de la actual política gubernamental de fomento a la lectura.
b) La generación de bibliotecas familiares como política pública cultural.
Las políticas de esta índole suponen la intervención del Estado en la satisfacción de necesidades culturales[viii], esto no puede ser interpretado sólo como una “demanda cultural” que debe ser satisfecha, sino más bien como un derecho de acceso a la cultura. Ahora bien, es evidente que la selección de “lo cultural” no es en absoluto neutral. Si bien es posible delimitar con cierta objetividad todo aquello que podríamos considerar como patrimonio cultural, no es menos cierto que ante las infinitas expresiones culturales que se verifican en una comunidad determinada, no existe ningún programa que pueda abarcarlas simultáneamente y en su totalidad. Siempre habrá algunas que queden para programas o iniciativas posteriores. Siempre se les dará más énfasis a unas que a otras. ¿Cómo se toma entonces esa decisión? ¿Cómo justificar que hoy se destinarán once millones de dólares a este programa? La decisión es lisa y llanamente política. Y la única forma de legitimarla es precediéndola de un debate público, donde quepan todas las visiones y opiniones.
En el caso que nos ocupa, se decidió llevar los libros a los hogares, estimando que el robustecimiento de bibliotecas públicas por sí solo no era suficiente. Pero como no es posible llevar una biblioteca completa a cada casa, se ha decidido seleccionar un número de libros para determinadas familias: una decisión política. ¿Cómo se pretende legitimarla, entonces? Abriendo la puerta a un debate público, esto se ha realizado mediante la invitación abierta a proponer libros, también se verifica con la conformación de un jurado idóneo y de consenso[ix] dejando la decisión de los libros que integrarán el maletín en manos de terceros no vinculados al gobierno[x]. El resultado esperado es que los libros escogidos sean expresión de un sentir nacional sobre lo que consideramos grandes expresiones de la literatura, por una parte, y fuentes confiables de información (Atlas y diccionario) por otra.
De manera que constituye una falacia tachar de “dirigismo” a una faceta inexorable de las políticas públicas culturales: la toma de decisiones a favor de potenciar cierto sector de la cultura por sobre otro en un programa determinado. El día de mañana, por supuesto podremos incorporar más libros. Dar acceso, efectivamente, es dirigir, en cierto sentido.
c) Las relaciones entre el acceso físico a libros y el interés por la lectura.
El gran argumento de los detractores del maletín literario consiste en afirmar que no existe evidencia para sostener que la sola presencia de libros en el hogar –estamos hablando de familias de escasos recursos sin hábitos lectores- generará de por sí un mayor interés por la lectura. Los más radicales incluso han sostenido que, teniendo dichas familias otras necesidades, lo más probable es que los libros terminen en una feria persa, o incluso en el brasero.
La presidente Bachelet refutó tales dichos denunciando la existencia de un prejuicio inaceptable en contra de las familias de escasos recursos, a quienes no se les estaría reconociendo su capacidad e iniciativa –su autonomía, finalmente- para acercarse a la lectura. Si bien se trata de un argumento legítimo, las críticas persisten, y nos emplazan a dar pruebas sobre la relación causal entre la presencia física de los libros en el hogar y el interés por la lectura.
Pues bien, dicha comprobación existe y viene de ramas tan respetables como la psicología y la psiquiatría, es lícito desde esta perspectiva, sostener que la relación libro-interés efectivamente se dará. En primer lugar, porque estudios sugieren que la lectura en un ambiente hogareño o recreativo es más productiva que en ambientes escolares, especialmente cuando se hace en compañía de padres o amigos (en el caso de los niños). Es decir, la lectura voluntaria da mejores frutos que la obligatoria[xi].
En segundo lugar, también hay estudios que demuestran que el acceso temprano a material de lectura, incluso antes de aprender a leer, genera mayor interés por leer. Esto se explica en parte porque existirían dos tipos de interés para hacer algo: uno personal (que es lo que entendemos trivialmente como tener interés por algo) y otro situacional. El interés situacional surge una vez que somos capaces de vernos a nosotros mismos haciendo algo. Por ejemplo, si una persona es capaz de imaginarse –realistamente- ganando una maratón, es posible que su interés por participar aumente. Si un niño, entonces, cuenta con la presencia de libros en su entorno desde que nace –los contempla, los toca, los explora- entonces éstos no le serán extraños, y él se verá a sí mismo leyendo como algo natural. Leer un libro será algo obvio, al alcance de la mano. Y eso, sugieren los estudios, incrementa el interés por la lectura[xii].
Por consiguiente, hay buenas razones para pensar que la existencia de libros en el hogar, especialmente en los niños, podrá generar un mayor interés por la lectura.
d) La entrega de libros como distribución de bienes simbólicos.
Por último, existe otro aspecto que justifica la entrega de libros a familias de escasos recursos que no tienen acceso a ellos. En palabras de Carlos Peña: “Las sociedades no sólo distribuyen recursos monetarios. También distribuyen respeto y reconocimiento, lo que se refleja en la asignación de bienes simbólicos. La entrega de este maletín literario tiene esa función: que las familias tengan la oportunidad de contar con la posesión de bienes simbólicos como son los libros. Distribuir libros es extremadamente importante, porque es distribuir un acceso al manejo de la lengua, que es la base de la racionalidad, de la participación democrática, de la mentalidad crítica”[xiii].
Es decir, la entrega de libros a familias que nunca han tenido la posibilidad de acceder a elementos vitales de la cultura supone un reconocimiento de su autonomía, de su capacidad de configurar una identidad y un sentido crítico y estético propio frente al mundo. Significa, simbólicamente, reconocer que la cultura, el manejo del lenguaje y la racionalidad, no está reservado a las elites. Se trata de algo parecido, quizás, a lo que ocurrió con la campaña “sonrisa de mujer”, cuyos detractores debieron reconocer, más tarde, la gran contribución al reconocimiento de la dignidad de las mujeres que conllevó.
El valor simbólico de los libros es relevante incluso para los casos –que los habrá- en que el “maletín literario” no logre acercar la lectura. Y es que simbólicamente, existe una gran diferencia entre decir “no leo porque no me gusta” y “no leo porque nunca he podido”.
Consideraciones finales.
Puede sostenerse, en conclusión, que los argumentos esgrimidos en el debate público contra el “maletín literario”, no se apoyan en una base sólida y argumentada y más bien denotan cierto sesgo político y cultural. Por cierto se trata de un programa que necesita de una opinión pública alerta, capaz de controvertir lo que pasa, que también exigirá de un monitoreo constante y un diagnóstico ágil de la medida, así como de una política de fomento a la lectura coherente en el tiempo. Pero sin duda el “maletín literario” ofrece una oportunidad única de disminuir la brecha de desigualdad y de contribuir, concretamente, al desarrollo cultural de nuestro país. Un libro hoy en día para muchas familias es un bien de lujo, y eso es inaceptable. Ellos deben invadir nuestros hogares, pues cada hoja representa un mundo por descubrir, cada metáfora una nueva imagen de construcción simbólica, cada relato una ventana al diálogo y a la creación, cada palabra un retazo de futura opinión. Y esto constituirá siempre un aporte al progreso.
[i] Diario “El Mercurio”, Editorial del 08 de julio de 2007.
[ii] De acuerdo, y con más argumentos, Delgado, Carlos, “El maletín literario y la lectura”, artículo publicado en La Nación, 16 de julio de 2007.
[v] Para lo primero, el “Programa de Creación de Nuevas Bibliotecas Públicas”, lanzado el 23 de abril de 2007 con un presupuesto de 10 mil millones de pesos orientado a la construcción, de aquí a 2009, de 21 nuevas bibliotecas públicas (consultar en http://www.dibam.cl/noticias.asp?id=6024); para lo segundo la creación de 1.200 bibliotecas escolares denominadas Centro de Recursos para el Aprendizaje (CRA) (http://www.bibliotecas-cra.cl)
[vi] Un buen resumen, con un lúcido análisis de políticas públicas, en Slachevsky, Pablo, “Asombros a Bajo Precio”, en Revista Universitaria, Nº 93 (abril de 2007) p. 48, Vicerrectoría de Comunicaciones y Extensión Pontificia Universidad Católica de Chile.
[vii] Además, no hay que perder de vista que el año 2004 el Consejo Nacional del Libro y la Lectura suscribió el Plan Iberoamericano de Lectura ILIMITA que coordina actividades y objetivos de promoción de la lectura en todos los países de Hispanoamérica.
[viii] Para un desarrollo más extenso del concepto, Cfr. Coulomb, Daniel, “Aproximación a la Política Cultural del siglo XXI: los casos Argentino y Mexicano”, Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales (FLACSO), Sede Académica México, México D.F., 2006, pp. 41 y ss., disponible, a julio de 2007, en http://sic.conaculta.gob.mx/documentos/915.pdf
[ix] Los criterios utilizados para escoger a sus integrantes, en palabras de la directoria de la DIBAM Nivia Palma, fueron “que se tratara de grandes lectores y lectoras, porque no puedes elegir muchos libros si no tienes pasión por ellos; también nos pareció importante que pudiera combinarse distintas perspectivas de ámbitos de trabajos, de experiencia vital distinta, por eso es que hay personas que tienen trabajo en el campo educacional, de la lectura, del desarrollo social y del mundo bibliotecario; también tenían que ser personas que no tengan el mismo nivel generacional, que sean destacadas; además, quisimos invitar a personas de regiones para que pudieran aportar esa otra mirada, y por último que fueran personas que nadie pudiera tener duda de su conducta ética, que sean intachables y que ninguno de ellos se iba a prestar para una acción incorrecta. Creemos que hemos construido una nómina muy significativa y valiosa de gente que sabe muchísimo y con experiencias distintas” (La Nación, 20 de julio)
[x] Con la excepción de Viviana García, integrante del Consejo Nacional del Libro y la Lectura.
[xii] Mcquillan, Jeff, y Au, Jullie, “The Effect of Print Access on Reading Frequency”, en Reading Psychology, Nº 22, pp. 225-248, Los Ángeles CA, 2001, disponible, en julio de 2007, en http://taylorandfrancis.metapress.com/index/X7WNY0KXJUF773KH.pdf
[xiii] La Nación, 27 de mayo de 2007-