sábado, 28 de julio de 2007

La importancia de las ideologías II: ¿Cómo aplicamos nuestra ideología a la participación ciudadana?

Por Ernesto Manríquez Mendoza
Grupo Universitario Radical
Universidad de Chile


Pueden existir muchas explicaciones potenciales mediante las cuales pretendamos explicar la apatía existente respecto de los partidos políticos. La más frecuente, y la que siguen por lo demás autores como Miriam Henríquez1, es atribuir a los partidos políticos un comportamiento “de grupos altamente burocratizados y oligárquicos, que controlan, muchas veces de forma monopolística, algunos de los fundamentales procesos del mecanismo democrático”. Luego, la respuesta que viene de los jerarcas partidarios a esta, para nada infundada, acusación, es simplemente predicar la necesariedad de los partidos políticos para los procesos democráticos, denunciar una supuesta “falta de compromiso partidaria para con sus ideales”, denunciar dos o tres casos concretos, y abandonarse a una cogorza de cava sin mesura. Todo esto, mientras el descontento ciudadano con el accionar político crece, y se canaliza mediante el repudio a los partidos políticos y la generación de movimientos ciudadanos para la defensa de los intereses que los partidos no están defendiendo.

Esta situación, repetida hasta la saciedad cada vez que alguien cita “la crisis de los partidos políticos”, tiene dos causas basales, una de las cuales siempre es detectada, pero que se vuelve inútil sin la otra para enfrentar el problema.

  1. Los partidos no tienen claridad alguna respecto de lo que piensan. Esta causa, siempre detectada, básicamente consiste en que los partidos políticos guían su accionar no por criterios ideológicos aplicados, sino sólo por criterios electoralistas de corto plazo, obedientes a la agenda puesta por los medios de comunicación. No existe una conciencia de defender un plan, ni de trabajar en proyectos que no tengan que ver con campañas políticas, mucho menos de trabajar por la gente sin esperar recompensa.

  2. Los partidos no tienen claridad alguna del rol que les corresponde dentro de una sociedad democrática. Esta causa es la que no es detectada jamás, y, cuando se detecta, sólo se plantean como soluciones parches morales que no tienen sentido ni fundamento. Básicamente, los partidos políticos no entienden que su rol primordial, si son demócratas, no es acaparar el poder sumando la máxima cantidad posible de gente, sino que operar cambios en la sociedad mediante el uso del poder que permitan la ejecución del programa que emana de sus principios.

Cuando una persona, con sueños e intereses, es colocada en una reunión política partidista, recibe, en vez de un discurso coherente de sueños e intereses, un discurso de cómo se debe sumar más gente, de cómo se deben ganar elecciones, y de la importancia de ello para lograr un cambio, cambio del cual nunca se sabe a ciencia cierta su naturaleza. Eso las desencanta, y las hace virar a movimientos sociales, los cuales, a diferencia de los partidos políticos, no tienen una base sustantiva de ideología que los sustente, estando sólo estructurados sobre la base de la resolución de un problema concreto. Esto trae, a su vez, dos consecuencias graves.
  1. El viraje de los partidos políticos desde la proposición de cambios basados en su ideología al proponer soluciones a problemas concretos que el partido cree, afectarán a la gente, buscando representarla. Esto es hecho sin consultar a la gente, lo cual agrava aún más el problema.
  2. La asunción, por parte de los movimientos sociales, de posturas cada vez más ideologizadas, en aras de conquistar espacios de poder antes sólo reservados a los partidos políticos. Eso es lo que pudimos ver en la exposición de Un Techo Para Chile, donde el expositor ametrallaba al auditor con un discurso sacado de la doctrina eclesiástica.
Esto trae la degradación de la política y su sustitución por el populismo, algo que debe ser evitado, ya que están comprobados los efectos negativos que trae esto sobre la gobernabilidad a corto plazo y la institucionalidad al largo.

Una mejor manera de abordar el problema es dejar de concebir a los partidos políticos como núcleos de poder obedientes cuya función es sumar militancia, y concebirlos como acumuladores de poder, permitiendo a las organizaciones sociales la presentación de proyectos, el acceso a círculos de poder, la llegada efectiva de las propuestas de las organizaciones a los representantes electos y la multiplicación de las influencias de ambos combinados. Ejemplos como el renacer de la Juventud Radical en la Región de la Araucanía, ocurrido mediante el uso de esta estrategia, demuestran su efectividad, no sólo en número de militantes sumados, sino en, lo que es más importante, en influencia, puesto que la sinergia entre organizaciones sociales autónomas y no cooptadas y los partidos políticos es lo más efectivo, cuando de cumplir un programa político se trata.

Sólo así podremos lograr el cumplimiento de un programa partidario y a la vez sacar del marasmo en que se encuentran a los partidos, y, por extensión, a las juventudes políticas.


1HENRIQUEZ, Miriam, “Los Partidos Políticos”, http://www.lanacion.cl/prontus_noticias/site/artic/20051213/pags/20051213193851.html [en línea], consultado el Sábado 28 de Julio de 2007.

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