miércoles, 4 de julio de 2007

Igualdad y Diferencias.


Igualdad y diferencias.


La realidad de las diferencias en las sociedades pluralistas y democráticas es insoslayable: católicos, protestantes, musulmanes, izquierdistas, derechistas, homosexuales o heterosexuales, hombres y mujeres. La diversidad como el quiebre de la unidad del discurso moral es un hecho de la modernidad (nos guste o no).

Desde el siglo XVIII tanto la tradición liberal, como la socialista consideran a la persona como un valor: la dignidad humana es el centro del orden social y político que se busca. Esto no es más que considerar a cada persona como libre e igual a las demás.

Con la consolidación de la democracia se consideran aquellos principios como presupuestos esenciales, que Gregorio Peces-Barba considerara síntesis de un proceso histórico dialéctico de fundamentación y positivización de los derechos humanos, es decir, (y en fácil) los derechos humanos no son ni de los liberales ni de los socialistas, son hijos de ambos.

Pero libertad e igualdad no son antitéticas, al contrario, van de la mano. Su relación no es sólo ser hermanas históricas de nacimiento, su relación se plantea también teóricamente: sólo se puede ser igual (formalmente) en tanto se es libre, y sólo se puede ser libre en tanto se es (de un mínimo) igual (materialmente).

Se es igual, ya que se es libre, pues al considerar a la persona humana un valor, se considera dentro de ella todos los distintos individuos. La igualdad acá es un igual valor asignado a todas las diferentes identidades que hacen de cada persona un individuo diferente de los demás y de cada individuo una persona como todas las demás. Esta es la igualdad formal. Acá se tutelan las diferencias, ante lo que se postula la tolerancia y la libertad de construir libremente nuestros proyectos de vida. Ninguna persona puede ser igualmente valorada como las demás si se le discrimina considerando aquellos elementos constitutivos de su identidad, es decir, ningún homosexual puede ser igual persona como todas las demás si se le discrimina por ser homosexual.

Se es libre, porque se es mínimamente igual desde un punto de vista material. Acá la igualdad es un desvalor asociado a las diferencias de orden económico y social de los que provienen los obstáculos que, limitando de hecho la libertad y la igualdad de los ciudadanos, impiden el pleno desarrollo de la persona humana. Esta es la igualdad sustancial[1]. Esto no es sólo un valuarte de la tradición socialista: si bien a un liberal le duele la pobreza en tanto limita la igualdad de oportunidades, y a un socialista le duele la pobreza como expresión de la desigualdad; a ambos le duele y no pueden menos que estar de acuerdo en que es necesario un mínimo de igualdad material que permita la libre expresión de la personalidad: ¿cuál es ese mínimo? he ahí una gran discusión, pero de que hay un importante acuerdo… lo hay.

Esta breve fundamentación de los principios vertebrales de la modernidad, es presupuesto necesario para hacer una crítica a la realidad con que chocan. Sólo así podemos entender por qué es correcto defender las diferencias y luchar contra las desigualdades, o dicho de otro modo, por qué no es contradictorio defender ley de cuotas, anti-discriminación, acciones afirmativas en pos de los discriminados y luchar por la igualdad en nuestra sociedad. Nuestra igualdad como progresistas no es igualizar individuos, si no considerar a cada persona tan igual como todas las demás

Es un hecho que en Chile las mujeres están infra-representadas políticamente, y subvaloradas socialmente: de lo primero es muestra que conformen tan sólo el 12,6 % del Parlamento[2], de lo segundo su casi 40% de participación en el mercado laboral y su cercano 30% menor remuneración por igual trabajo en promedio[3]. El género, en conformidad a otros elementos constituye la identidad de cada persona, su no discriminación es necesaria para la expresión de la libertad y la igualdad, pero en Chile se le discrimina a una mujer por el hecho de ser mujer y si es lesbiana, además (!), por el hecho de serlo (y la lista puede seguir: joven, indígena, atea, pobre…)

La experiencia internacional ha demostrado el éxito de las leyes de acción afirmativa en materia de representación política, en particular, la ley de cuotas[4]. Así, el tema no es que acá se esté discriminando a los hombres, ni que se establezca una “especie” de discriminación hacia las mujeres…lo que está en juego es más de fondo ¿queremos ser una sociedad libre y justa o no? Si la respuesta es un sí (y teniendo presente que quien quiere el fin, quiere los medios) entonces se quiere una ley de cuotas, una antidiscriminación y un reconocimiento constitucional de las minorías étnicas.

Aquellas leyes no implican establecer una supuesta desigualdad hacia las mujeres o minorías, no implica ser incoherentes con la incansable lucha por la igualdad; muy por el contrario, conllevan ser leales y consecuentes con ella. En suma, es luchar por la igual consideración de los diferentes individuos como personas como todos los demás y a cada persona digna de vivir una vida que materialmente le permita ser libre y poder desarrollarse plenamente.


[1] Estas ideas son excelsa síntesis de Luigi Ferrajoli en su obra: Derecho y Razón.

[2] FLACSO CHILE, IDEA. Cuotas de Género, Democracia y Representación. Santiago, Chile. 2006.

[3] VALDÉS, Ximena. Lo Privado y lo Público: lugares de desigual disputa. Mesa de Agenda Progénero, realizada por la Fundación Chile 21, con apoyo de la Fundación Friedrich Ebert y la División de Estudios del Ministerio Secretaría General de la Presidencia.

[4] FLACSO CHILE, IDEA. Op. Cit.

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