sábado, 9 de junio de 2007

EL LENGUAJE COMO DESAFÍO IDEOLÓGICO

Por Cyntia Maciel Canales

I

Un sistema de ideas que conforme a una escala de valores crea y recrea la sociedad es por definición una ideología. Se trata de aquella forma de pensamiento donde teoría y práctica aparecen indisolublemente unidas: una teoría explicativa de la experiencia humana, de la mano un programa de organización política y social, facetas que se encuentran enlazadas por medio de un discurso y un lenguaje que le es propio y distintivo.

El término aparece por primera vez en los tiempos de la revolución francesa (idéologie), alusivo al campo de la “ciencia de las ideas”, en base fundamentalmente a los postulados de Locke y Bacon, quienes identificaban espistemológicamente, el conocimiento humano con el conocimiento de las ideas. Posteriormente, serían las ideas de H.W.G. Hegel y K. Marx las que le darían al concepto “ideología” el sentido al que estuvimos acostumbrados durante el transcurso del siglo XX. Mientras el primero sostenía que las ideas eran el motor de la historia, cuya comprensión y evolución quedaban reservadas al quehacer filosófico, el segundo denunciaba que ese conjunto de ideas imperantes en una sociedad determinada, no constituía más que el velo que cubría las relaciones económicas cuya configuración permitía a un grupo reducido, imponerse sobre las masas de manera que el pensamiento evolucionaba según dichas relaciones fueren cambiando a lo largo de la historia. Marx y Engels concibieron las “ideologías” como narraciones sesgadas del mundo destinadas a evitar el cuestionamiento de las relaciones de producción imperantes en un momento histórico dado, es decir, como un instrumento de dominación[i].

En definitiva, desde el momento que un grupo social busca proyectar su cosmovisión, sus signos y sus significados sobre la totalidad de la comunidad, y este acervo es sistematizado discursivamente y proyectado en un programa definido de acción política, estamos entonces en presencia de una ideología.

II

Suele afirmarse, no sin cierto afán político, que tras el término de la Guerra Fría y el declive de los regímenes totalitarios, las ideologías habrían perdido, si no su vigencia, al menos su protagonismo en el desenvolvimiento de las relaciones político-sociales. La política actual estaría desprovista de sus antiguas verdades absolutas y descripciones holísticas, así como también de sus grandes promesas de sociedades perfectas y prosperidad perpetua. Sin embargo, al examinar la problemática de las ideologías en el contexto de los albores del siglo XXI, cabe reparar en una distinción previa que ha de llevarnos a revisar la verosimilitud de semejantes planteamientos.

Por mi parte considero pertinente hacer la siguiente distinción: por un lado, existe el sustantivo ideología –que dice relación con los conceptos mencionados atrás, y que corresponden a paradigmas de acción y convivencia social en torno a significados comunes-; y por el otro –cosa muy distinta- se encuentra la pluralidad de semejantes paradigmas que nuestra cultura ha sido capaz de producir, especialmente desde la segunda mitad del siglo XIX, y que a ratos se han impuesto, o han competido fervorosamente por imponerse, en distintos lugares del mundo o comunidades.

Esta distinción nos sirve para reparar en un hecho fundamental. A saber, del ocaso de las ideologías de las cuales nuestra cultura fue receptora no se sigue que el sustantivo ideología no nos sirva para designar ni comprender nada de lo que ocurre en nuestro entorno; o dicho de otro modo, del fin de las ideologías que conocíamos no se sigue el fin de las ideologías –como concepto general -. Y así ha sido, a lo largo de toda la historia. Con la secularización de la cultura cristiana en occidente durante la Edad Media, por un tiempo se creyó que toda reflexión en torno a la ética y la moral estaría predeterminada por la religión. Algo parecido pensaron varios entusiastas filósofos de la Ilustración, cuando afirmaban que con el despertar de la razón la humanidad tenía asegurada su transición al progreso y la prosperidad. O bien cabría preguntarse si los economistas keynesianos, luego de que el Estado de Bienestar rindiera sus primeros frutos, habrían imaginado que, no mucho tiempo después, el Estado perdería su rol productor preponderante en la economía. Y más actualmente: hoy nadie cuestiona la obviedad que representa para nuestra cultura la idea de Estado-Nación. Pero para algunos, el concepto de globalización ya comienza a sembrar inquietantes dudas. Pues bien. Asumir, hoy, el “fin de las ideologías” nos pondría en la misma situación en que la historia dejó a escolásticos, ilustrados y keynesianos. Es tal el impacto que ha tenido el ocaso de los discursos ideológicos tradicionales, que hemos llegado incluso a cuestionar el sustantivo ideología, más allá de nuestro momento histórico.

Por lo que la pregunta que queda por hacerse es por qué hoy buena parte de la sociedad tiene la impresión de que las ideologías se han definitivamente replegado. E inversamente, en lo que debe ser más relevante para nosotros: ¿cómo puede surgir un nuevo discurso ideológico con capacidad de competir y prevalecer en la arena cultural de los significados?

III

Para responder a las interrogantes anteriores, previamente debe examinarse qué es lo que permite a una ideología ser exitosa, y más específicamente, cuándo podemos afirmar que ha sido exitosa. En términos simples, lo es cuando convence; vale decir cuando logra responder, generando adhesión, a la pregunta de qué es lo que hay y qué es lo que pasa. Una buena ideología da una descripción del mundo -qué está en juego-, le atribuye sentido a eso que pasa; y nos orienta sobre qué es lo hay que hacer. Y para eso se vale de las siguientes herramientas: la narrativa (o poética, como diría Aristóteles), la hermenéutica -entendida como utilización de núcleos de significado culturales al servicio de la preferencias persuasivas- y por supuesto, la retórica, entendida como el trabajo persuasivo directo con el auditorio[ii]. Si el destinatario llega a ver el mundo con los ojos que le propone el hablante; acepta que lo que está en juego es lo que dice el hablante; reconoce encarnados en el discurso sus propios valores y principios; y por sobre todo, aprehende para sí el lenguaje utilizado por el hablante, entonces estará listo para saltar a la acción. Habrá sido entonces persuadido.

De manera que un componente clave de la persuasión ideológica lo constituye un lenguaje propio. Con esto no hago referencia a la mayor o menor abundancia de expresiones, o a la pericia del hablante, sino a la creación de significados –se logre éste con expresiones nuevas, metáforas, neologismos, etc.- En el libro “1984” de G. Orwell, uno de los pilares fundamentales de la política del IngSoc consistía en la progresiva reducción del lenguaje. Por ejemplo: el concepto de “libre” estaba diseñado para aludir exclusivamente a objetos inanimados ubicados espacialmente (“ese asiento está libre”); así, la expresión “hombre libre” carecía de todo sentido. De esa manera, sin el lenguaje para expresar el deseo de “ser libre”, las personas jamás llegaban a cuestionarse su falta de libertad. Pues bien, una ideología exitosa es la que logra crear un nuevo leguaje, añadiendo significados y símbolos que antes no existían. Marx y Engels sin duda lo lograron al introducir conceptos como el de “lucha de clases”, “materialismo histórico”, “superestructura”, etc. Más globalmente podríamos citar “razón pura”, “Estado-Nación”, “autonomía de la voluntad”, “superhombre”, “derechos individuales”, etc., todos conceptos con una enorme carga de significado de influencia decisiva en la historia de la humanidad. Y es en este punto que puede apreciarse lo que el académico y el político tienen en común. Como ha sostenido P. Salvat[iii], la labor académica consiste precisamente en “ideologizar”, lo que a mi juicio significa proveer del lenguaje necesario –la poética- para el cambio y la evolución del pensamiento. El político por su parte, en palabras de J. Insulza, es un ejecutor cuya misión consiste en recrear el cambio por medio de la persuasión[iv].

La idea que quiero defender aquí es la siguiente: si hoy prevalece la sensación de que no existen las ideologías, o al menos que tienen escasa influencia en comparación a antaño, aquello se debe a que actualmente no existe un lenguaje que sea distinto al empleado por corrientes liberales y progresistas, por mucho que exista una multiplicidad de ideas en conflicto. Izquierda y derecha comparten hoy núcleos de significado que son moneda corriente en sus discursos cotidianos. Por muy disímiles que sean sus aspiraciones, la política hoy consiste en hablar de libertades públicas, derechos humanos, pleno empleo, igualdad de oportunidades, justicia social, transparencia, y una larga lista de grandes tópicos. Nada parecido a los tiempos en que unos hablaban de derechos individuales y otros de lucha de clases. Hoy todos los sectores reclaman para sí la defensa de la libertad, mientras se debaten incansablemente en la pugna por determinar el significado concreto de dicho concepto, o al menos por demostrar que lo que habla el otro “en verdad no es libertad”. No quiero decir que sea malo el que se hable de libertad (o de Derechos Humanos, por ejemplo); o que sean conceptos inútiles o anacrónicos. Se trata simplemente de que tanto izquierda como derecha han sido incapaces de generar una renovada poética que les permita dar el paso, en el Chile de hoy, a la consecución de sus fines. Gramsci sostenía que cuando un grupo consigue imponer sus significados en una determinada cultura –es lo que habría pasado, matices más, matices menos, con el ideario liberal en occidente- no hablamos ya de ideología sino de hegemonía. El que dichos significados lleguen a entenderse como parte inherente al orden social –sería el caso, por ejemplo, de los derechos individuales- es uno de los principales síntomas de una ideología hegemónica. Una ideología rival, sin embargo, no tiene necesariamente por qué prescindir de todos los valores que encierra el lenguaje imperante. Siguiendo el ejemplo de los derechos individuales, una nueva ideología podría producir un lenguaje en el que, prescindiendo del término, y a través de un relato totalmente novedoso, puedan prevenirse de igual forma todos los abusos y las injusticias en contra de las cuales la expresión “derechos individuales” es esgrimida actualmente en nuestra cultura. De manera que si el auditorio es persuadido de que el nuevo lenguaje se hace cargo de los valores que éste actualmente comparte y de alguna forma los incorpora, entonces el camino a nuevas ideologías queda pavimentado.

IV

Queda enunciado entonces el principal desafío del progresismo contemporáneo - más allá de concebir y poner en marcha iniciativas sociales, fórmulas de crecimiento económico y distribución de la riqueza, mecanismos de participación ciudadana, entre tantos otros-. Debe dar paso a la creación de una nueva cosmovisión política; una poética que explique la ideología progresista. Es el mismo Tony Blair el que responde a esta inquietud, señalando que “las ideologías en cuanto formas rígidas de la teoría económica y social han muerto […] pero en cuanto a ideas rectoras de la política, basadas en valores, no”. Y agrega “[…] los valores no se bastan por sí solos”[v]. De manera que los objetivos del progresismo existen, pero desprovistos del lenguaje apropiado para la persuasión de un auditorio globalizado, ese mismo lenguaje que debe ser capaz de fundar la nueva ética de la acción política.

De manera que tan importante como el qué es el cómo. Nuevas ideas nunca llegarán a ser demasiado exitosas políticamente si no son comunicadas de una manera diferenciada al lenguaje y núcleos de significado que hoy en día, guste o no, comparten izquierda y derecha[vi]. El progresismo del siglo XXI, antes que filosófico, ha de ser a mi juicio fundamentalmente metodológico. He ahí nuestro desafío.



[i] Vid. Engels, Federico. Del Socialismo Utópico al Socialismo Científico [en línea], LibroDot.com, digitalización edición original alemana de 1891[fecha de consulta: 6 de junio de 2007]. Disponible en http://www.librodot.com/searchresult_author.php?authorName=Engels%2C+Federico

[ii] Vid. Valenzuela, Rodrigo. “Conflicto y Humanidades. Un ensayo sobre Argumentación Jurídica”, Editorial Jurídica, Santiago de Chile, 2005.

[iii] Conferencia sobre vigencia de las ideologías (26 de mayo de 2007, Santiago de Chile). “La Vigencia de las Ideologías”, sin publicar.

[iv] La “Épica Realista” de la cual nos habló J. Insunza, consistente en materializar el discurso progresista de acuerdo a una nueva “Ética de la acción”. Conferencia sobre vigencia de las ideologías (26 de mayo de 2007, Santiago de Chile). “La Vigencia de las Ideologías”, sin publicar.

[v] Blair, Tony. El Poder de la Comunidad Puede Cambiar al Mundo. Estudios Públicos, (84): 379-295, p. 388, Primavera 2001.

[vi] Cuestión denunciada, a mi juicio, por María de los Ángeles Fernández en su discurso de bienvenida a la X Escuela Generación Bicentenario. (Mayo, 2007)

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