domingo, 10 de junio de 2007

"Revolución pingüina": la esperanza de un cambio ideológico relevante


Recientemente, los paros y tomas realizadas por los alumnos de algunos de los liceos “emblemáticos” de Santiago llamaron la atención de la ciudadanía, aunque esta vez, esa atención se disipó rápidamente. Lo notable es que lo llamativo no fue la novedad de las manifestaciones, los actores o las exigencias efectuadas a las autoridades, sino que, pese a los esfuerzos del gobierno por cumplir con las peticiones que los secundarios le hicieran el año pasado —la formación de la Comisión Asesora Presidencial y la presentación del proyecto que reemplaza la LOCE por la Ley General de Educación—, el movimiento parece permanecer y, al menos ciertos sectores de jóvenes, representa el rompimiento de un marcado nihilismo en la generación inmediatamente anterior.
No es este el momento para analizar si la formación de la mencionada comisión y el proyecto de LGE son una respuesta apropiada o no para los problemas de mala calidad y grosera iniquidad en el sistema educativo chileno. Baste en este trabajo darlos por asumidos, atendida la inmensa cantidad de evidencia en uno y otro sentido, y la cuantiosa literatura que en libros, artículos y columnas de opinión expresan las soluciones más disímiles para estos problemas.
Pues bien, tanto la baja calidad como la desigualdad en el acceso a la educación tienen su origen y son ampliamente conocidos desde hace mucho tiempo (1), por lo que surge inmediatamente la duda sobre qué causó qué tantos jóvenes “esporádicamente” se unieran a un movimiento tan masivo, tan influyente en el debate público y relativamente bien recibido por la opinión pública y la prensa (2), especialmente en su primera etapa. Frente a la generación de jóvenes apáticos que era objeto de numerosos estudios y discursos surge un grupo entusiasta por la política, aparentemente transversal socioeconómicamente (3) y muy activo.
Ciertamente hubo un cambio notable en la mentalidad de los jóvenes secundarios desde el 2006 frente a los de los ’90. Una pista importante sobre qué pasó aquí nos la da Alia TRABUCCO: Los chicos del año pasado y del presente son los que nacieron y crecieron finalizada la dictadura (4). Podríamos decir nosotros que los “hijos de la democracia” no son aquéllos de los ’90, apáticos, aislados, amigos de las modas extranjeras, depresivos y en perpetua búsqueda de una identidad. No, no son ellos, sino éstos. Es que ellos no conocieron ni el miedo ni la mordaza, ni supieron de ellos con la premura del tiempo reciente. Tampoco, como señala TRABUCCO, satanizan a la derecha y se resignan a la Concertación como la única opción viable para no volver a darle el poder a los funcionarios de la dictadura, como sucedió con los jóvenes interesados en la política de los ’90. Por ello, en conclusión, son jóvenes dispuestos a decir lo que piensan, a exigir respuestas, y, peligrosamente para algunos, a cambiar el voto si las autoridades que eligieron no los satisfacen.
Ahora bien, este cambio de mentalidad no fue espontáneo ni brusco, como algunos creyeron. Aunque las causas oficiales fueron muy distintas, los “mochilazos”, el más grande, de 2001, y su réplica algo frustrada, de 2002, eran la anticipación de lo que se venía. Entonces se peleaba —peleábamos— por el retorno de la administración del pase escolar al Estado, pero en algunos colegios —los ya llamados “emblemáticos”— se comenzaba a hablar de la LOCE, de los estragos de la municipalización, de salir a discutir y a convencer a más jóvenes para lograr cambios “más temprano que tarde”. Se comenzaba a criticar.
Como señalaba anteriormente en este medio Cyntia MACIEL (5) citando a GRAMSCI, la hegemonía es el triunfo de los significados de una ideología sobre cualquier otra. Eso sucede en Chile, cuando los discursos de izquierda y derecha son similares, utilizando los mismos conceptos. Podemos comparar las columnas de Patricio NAVIA con textos de Felipe LAMARCA, y aunque suelen calificar distintamente ciertos hechos, parecen a simple vista parte de una misma tradición.
La hegemonía neoliberal se había instalado en Chile hace tiempo, había echado raíces en amplios sectores de la coalición gobernante y profundamente en la generación más joven. Hasta que los verdaderos “hijos de la democracia” despertaron y se atrevieron a criticar, a gritar, a proponer y luego a exigir ser escuchados. Es un cambio de mentalidad, un cambio en el significado y el valor de muchos conceptos. Si no un cambio de ideología —afirmarlo sería demasiado audaz— es un desafío a la hegemonía, más que interesante.
Hoy sólo algunos se toman los colegios y paralizan sus clases. No significa necesariamente que el movimiento se haya quedado en 2006. Sólo que algunos están esperando el desarrollo de la discusión sobre el proyecto de LGE. Si los mayores vuelven a olvidar los intereses de los más jóvenes por demasiado tiempo, volverán. Esa debe ser nuestra esperanza.


NOTAS
(1) Hablamos del tiempo que va desde el golpe de Estado de 1973. Las características de la educación chilena en el período anterior eran muy distintas, por lo que resulta comprensible que la apreciación que la sociedad tenía de ella, los debates que despertaba y las medidas planteadas por los gobiernos fueran muy disímiles a los actuales.
(2) Sobre la reacción que nuestra concentrada prensa opositora tuviera frente al movimiento secundario durante el año pasado llama la atención que fuera tan magnánima en un primer momento, para comenzar a atacarlo una vez que cobró dimensiones históricas. Es ilustrativo el titular de LUN “Cabros, se subieron por el chorro”, impreso cuando el potencial de la revolución pingüina parecía dejar de ser funcional a la simple desestabilización del gobierno para comenzar a amenazar de verdad la institucionalidad educacional vigente.
(3) Ello en verdad es parcial. El año pasado varios colegios particulares se unieron a las movilizaciones, aunque con menor intensidad que los municipales. Sin embargo, las acciones de los establecimientos privados rompieron con la lógica de “reivindicaciones de clase” de las reformas educacionales exigidas.
(4) TRABUCCO, A. “Editorial” en Talión Nº 4, Santiago, s.n., 2006, p. 2.
(5) Hay personas que consideran de mal gusto citar a condiscípulos, generalmente por cierto arribismo intelectual de considerar sólo valiosos los trabajos de académicos consagrados. No es una actitud muy progresista, ¿no?

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